Ver la película Marly y yo, me ha motivado a escribir estas líneas. Podría ponerle como título a este artículo “Mis perros y yo”. En casa tengo siete perros: Carval, prácticamente mi hija; su pequeño hijo Orejitas, que ha sufrido tantos accidentes y de milagro sobrevive; Toby, el más pequeño y más cercano a mi madre; Negrita, que llegó a casa por accidente; Gringa y su hijo Chocolate (los más uraños), y finalmente Rey, que se comporta y es tratado como tal, y su sola presencia inspira miedo y respeto.
Debo confesar que en los últimos dos años, no he estado prestando mucha atención a la vida de mis queridos perros, que son mi debilidad y los adoro. He recibido tanta atención y afecto de cada uno de ellos, que son parte de mí, de mi familia. A lo largo de mis 33 años de vida he tenido varias docenas de perros, de todos los tamaños y razas. Cada uno ha marcado cierta etapa de mi vida, también los lugares donde vivía en ese momento. Recuerdo a “Dog” -uno de los canes más inteligentes que he conocido- muy atento a todo lo que pasaba en la casa, sobre todo a lo que hacía o decía mi madre.
En una oportunidad, cuando vivíamos en Cahuide, por la noche “alguien” tocó la puerta insistentemente; nos pareció raro por la hora y el silencio de la nocturnidad, así que desperté a mi madre y salimos a abrir la puerta, pero sólo encontramos a Dog, que inquieto, nos estaba esperando; cuando nos vio emprendió camino dando ladridos, mi madre y yo lo seguimos hasta que llegamos al campo de maíz: una de las vacas se había salido del corral y estaba comiendo los frutos. Gracias a Dog pudimos evitar más daño al campo de maíz y llevar a su corral a la vaca. Ésta es sólo una de las experiencias con nuestra querida mascota. Dog vivió casi 10 años, mi madre y yo lloramos cuando falleció.
A Carval y Marhun, me lo regaló mi buen amigo Javier. Mi padrino les puso los nombres tan originales que tienen. Ellos eran tan pequeñitos cuando me los entregaron que tuve que ayudarlos para que puedan comer. Por entonces decidí que vivirían conmigo en Chimbote; ese tiempo residía en Nicolás Garatea y tenia espacio para estar con ellos. Estuvimos juntos catorce meses; de lunes a sábado en la ciudad y los domingos visitábamos a mi madre en Cahuide. Marhun -el macho- siempre estaba metiéndome en problemas. Por su causa tengo muchas deudas con mi madre, teníamos que cuidarlo para evitar que se coma a los pollos, pavos, y cuyes –dicen que la raza cocker, por naturaleza es cazadora-, y justamente por eso tuvo que ser sacrificado. No saben como me afectó tener que tomar esa decisión, pero no teníamos alternativa. Hasta el día de hoy guardo luto y una culpa enorme por su partida.
Podría seguir escribiendo más sobre las mascotas que tuve, pero creo que por hoy ha sido suficiente. Mencionaré nomás a otros perros que pasaron por vida: Chispita, Sisi, Bebe, Baby, Canela, Blanca, Gigi, Pili, Linda, Lacito y otros; de algunos ya ni recuerdo el nombre. Cada una de mis mascotas tiene un lugar especial en mi corazón y me han regalado gratos momentos. Puedo asegurar que no hay nadie más fiel y amoroso que un perro. No se priven de tener uno, les aseguró serán muy felices.
Debo confesar que en los últimos dos años, no he estado prestando mucha atención a la vida de mis queridos perros, que son mi debilidad y los adoro. He recibido tanta atención y afecto de cada uno de ellos, que son parte de mí, de mi familia. A lo largo de mis 33 años de vida he tenido varias docenas de perros, de todos los tamaños y razas. Cada uno ha marcado cierta etapa de mi vida, también los lugares donde vivía en ese momento. Recuerdo a “Dog” -uno de los canes más inteligentes que he conocido- muy atento a todo lo que pasaba en la casa, sobre todo a lo que hacía o decía mi madre.
En una oportunidad, cuando vivíamos en Cahuide, por la noche “alguien” tocó la puerta insistentemente; nos pareció raro por la hora y el silencio de la nocturnidad, así que desperté a mi madre y salimos a abrir la puerta, pero sólo encontramos a Dog, que inquieto, nos estaba esperando; cuando nos vio emprendió camino dando ladridos, mi madre y yo lo seguimos hasta que llegamos al campo de maíz: una de las vacas se había salido del corral y estaba comiendo los frutos. Gracias a Dog pudimos evitar más daño al campo de maíz y llevar a su corral a la vaca. Ésta es sólo una de las experiencias con nuestra querida mascota. Dog vivió casi 10 años, mi madre y yo lloramos cuando falleció.
A Carval y Marhun, me lo regaló mi buen amigo Javier. Mi padrino les puso los nombres tan originales que tienen. Ellos eran tan pequeñitos cuando me los entregaron que tuve que ayudarlos para que puedan comer. Por entonces decidí que vivirían conmigo en Chimbote; ese tiempo residía en Nicolás Garatea y tenia espacio para estar con ellos. Estuvimos juntos catorce meses; de lunes a sábado en la ciudad y los domingos visitábamos a mi madre en Cahuide. Marhun -el macho- siempre estaba metiéndome en problemas. Por su causa tengo muchas deudas con mi madre, teníamos que cuidarlo para evitar que se coma a los pollos, pavos, y cuyes –dicen que la raza cocker, por naturaleza es cazadora-, y justamente por eso tuvo que ser sacrificado. No saben como me afectó tener que tomar esa decisión, pero no teníamos alternativa. Hasta el día de hoy guardo luto y una culpa enorme por su partida.
Podría seguir escribiendo más sobre las mascotas que tuve, pero creo que por hoy ha sido suficiente. Mencionaré nomás a otros perros que pasaron por vida: Chispita, Sisi, Bebe, Baby, Canela, Blanca, Gigi, Pili, Linda, Lacito y otros; de algunos ya ni recuerdo el nombre. Cada una de mis mascotas tiene un lugar especial en mi corazón y me han regalado gratos momentos. Puedo asegurar que no hay nadie más fiel y amoroso que un perro. No se priven de tener uno, les aseguró serán muy felices.
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